Más de 850 presbíteros y 33 obispos participaron del martes 5 al jueves 7 de septiembre de la novena edición del Encuentro Nacional de Sacerdotes en Villa Cura Brochero. La jornada estuvo organizada por la Comisión Episcopal de Ministerios de la Conferencia Episcopal Argentina.
El encuentro llevó por lema “Llevamos un tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4,7), fue organizada por la Comisión Episcopal de Ministerios (CEMIN) a través del Secretariado para la Formación Permanente de los Presbíteros, que preside monseñor César Daniel Fernández, obispo de Jujuy.
Con una presencia que se ha hecho notoria por estos días en las calles del pueblo, el clero nacional se congregó en torno al santuario Nuestra Señora del Tránsito y Santo Cura Brochero para participar del encuentro ya tradicional en su novena edición.
El encuentro comenzó oficialmente el martes 5 con las palabras de bienvenida del Obispo Fernández, aunque ya desde el día anterior algunos sacerdotes provenientes de distintos puntos del País, ya habían arribado a la villa serrana. Ese mismo día los sacerdotes escucharon las disertaciones del presbítero José María Vallarino y del obispo Damián Nanini (San Miguel). Por la tarde celebraron la Eucaristía en memoria de Beato Fray Mamerto Esquiú presidida por el arzobispo de Córdoba, monseñor Ángel Rossi, y se dirigieron en una emocionante procesión hacia el Cristo Blanco.
El día miércoles, la jornada comenzó con la celebración comunitaria de laudes y luego una reflexión y trabajo en grupos coordinado por monseñor Gabriel Mestre, arzobispo electo de La Plata. Por la tarde disertó monseñor Gustavo Carrara, obispo auxiliar de Buenos Aires. La Misa fue en memoria de los Beatos mártires del Zenta, presidida por el obispo de Jujuy.
El último día del encuentro, compartieron su testimonio tres sacerdotes que ejercen su ministerio en distintas periferias: el presbítero Diego Canale (Neuquén), el presbítero Carlos Juncos (Villa de la Concepción del Río Cuarto) y el presbítero Roberto Juárez (Mendoza), así como sacerdotes del Colegio Argentino en Roma, que también quisieron hacerse presente. La Misa de cierre del encuentro fue presidida por el obispo local, monseñor Ricardo Araya, y luego se dirigieron al Santuario a descubrir la placa conmemorativa de este noveno encuentro.
En su homilía, monseñor Araya recordó la carta que envió el papa Francisco hace 10 años en ocasión de la beatificación de Brochero: «el Papa nos escribió una carta a los argentinos. Comenzaba diciendo que: “Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios”. ¿Débil como nosotros? ¿Es posible encontrarle el lado débil a Brochero?». Para responder a estas preguntas finales, el obispo propuso acercarnos un poco a la fragilidad del santo Cura leyendo las tres cartas de renuncia que supo redactar en 1883,1889 y en 1904.
Sobre la primera renuncia, monseñor Araya comentó: «En 1883, en Córdoba, renunció ante el Vicario Clara. Le dice con todas las letras que le consiga un ayudante o que lo libre de las obligaciones párroco para poder terminar la casa de Ejercicios y el colegio. Y explica que “no tiene mérito ante los clérigos que le pudieran ayudar a servir el curato y acabar con los establecimientos de educación religiosa y científica…”. Por eso se ve en “la dura necesidad de renunciar al curato, para atender dichas obras”. Para Brochero el progreso espiritual y material van juntos. Quiere dejar de ser párroco y terminar las obras. Solo no puede con las dos cosas. Le dice al Vicario “usted encontrará diez sacerdotes para curas de San Alberto, pero no encontrará dos para darle ayudantes al infrascrito… (por aquello de) más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. La renuncia fue aceptada y nombrado el sucesor. Pero todos en Traslasierra se movilizan para que sea levantada la aceptación de la renuncia (los fieles -hombres y mujeres-, los diarios, el gobernador). Y al final el mismo se acusa públicamente de haber sido descortés y grosero con el Vicario; y que renunció tres veces seguidas en menos de 15 días. Finalmente añade “que la razón de las razones es que no sé meditar las cosas y soy grosero en mi estilo”. Queda patente que experimentaba mucha angustia y estaba como bloqueado por no estar a la altura de sus compromisos, y por la decepción de no encontrar ayudantes“. Se autocrítica y pide con humildad no ser alabado por méritos anteriores… y pide que no se deshonre al Vicario, porque la culpa es suya.»
Explicando la segunda renuncia de Brochero, el obispo continuó: «Pasan algunos años y en 1889, desde aquí (desde El Tránsito) redacta una segunda renuncia. Lo cierto es que ahora escribe con gran transparencia y abre de tal modo su corazón que muestra el miedo que tiene de sí mismo; tiene miedo de no poder batallar con los enemigos del alma. Teme rodar por el piso. Brochero lo expresa asi en la carta enviada al Obispo Reginaldo Toro. Dice que “bien comprende” que el sacerdocio se toma “para trabajar en bien de los prójimos hasta lo último de la vida, batallando con los enemigos del alma, como los leones que pelean echados cuando parados no pueden hacer la defensa”. Esto expresa lo que para él significa la identidad teológica del ministerio. Hoy decimos sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio bautismal. Hablamos también de caridad pastoral que llena y realiza, que anima y unifica. Luchando siempre, como se pueda. Ese es Brochero. Pero ahora el caballo le ha infundido miedo, a causa de 115 rodadas… (y confiesa: como 50 antes de ordenarme). Esta situación lo pone en la “dura, penosa y triste” necesidad de abandonar el Curato que tanto estima; por haber gastado en él la primavera y el otoño de su sacerdocio. Ahora tiene casi 50 años de edad.»
Ante una asamblea en profundo silencio, escuchando atentamente al obispo Araya, continua: «Brochero Explica que para él es “muy penoso y doloroso” dejar el curato, pero que renuncia “a causa del temor de que los caballos rueden una vez que estoy sobre ellos”. Uno podría pensar en el Malacara y lo áspero de los senderos de la sierra, pero, como dice un conocido teólogo, más bien hay que interpretar la expresión según la alegoría del alma como un carro tirado por dos caballos elaborada por Platón en el Fedro. En efecto, se presenta a sí mismo como el jinete montado sobre el caballo de sus deseos, que antes de ordenarse lo ha tirado al suelo unas cuantas veces y que después de ordenado lo ha hecho caer muchas veces más en la soberbia y lo tosco. Brochero es un hombre de grandes deseos y de una enorme capacidad para enfrentar lo difícil. Montado sobre esos enérgicos caballos y dirigiéndose al bien de los prójimos ha podido andar y batallar hasta lo inimaginable, pero porque esos caballos son tan enérgicos, a veces, no obedeciendo a su profundo querer, lo han tirado al suelo y lo han hecho rodar feo. Está en el otoño de su vida y tiene miedo. No quiere terminar buscándose a sí mismo, su propio interés y amor propio. Pero no le aceptan la renuncia.»
Para finalizar su homilía, explica el progreso espiritual del Santo Cura, al momento de presentar su tercer renuncia en 1894 en una carta enviada desde Ambul: «La última renuncia enviada al Obispo Toro es, esta vez, sin lucha interior; está demasiado viejo y cansado. Ha trabajado duro en las sierras, en obras espirituales y materiales durante los 25 años (camino, iglesias, colegíos). Es el deseo de que sus feligreses sean mejor servidos lo que “le obliga a separárseles como pastor, pero nunca se le separa con el afecto” Retirarse es el último acto de caridad pastoral para con ellos. Esa caridad ahora le exige dejarlos como pastor, pero asegurando que el amor por ellos no se apagará jamás. Y la historia muestra que les escribe siempre, que regresa como Cura, y luego vuelve para vivir con ellos sus últimos días.»
«Quizás Brochero nos diría a nosotros terminando este encuentro: déjense sorprender por el amor de Dios, ahí comienza todo, eso es siempre lo primero, y dejen a su misericordia trabajar en el corazón de ustedes y de sus presbiterios. No dejen que el espíritu del mal, usando de la fragilidad real, los lleve para su bandera; la bandera del poder clerical con todas sus conexiones y dañinas consecuencias. Lo cierto es que a Brochero sus feligreses lo amaron entrañablemente y él se entregó completamente a ellos en cuerpo y alma. Y así en las sierras de Córdoba se escribió una historia de amor recíproco, hasta el final, y fecunda en frutos. ¡A Dios sea la gloria!». Finalizó monseñor Ricardo.