El miércoles 26 de enero monseñor Araya presidió la Eucaristía en el atrio del Santuario conmemorando el 108° aniversario de la Pascua de San José Gabriel Brochero. En su homilía expresó que: “no seamos Iglesia vanidosa, ni temerosa; que con la libertad de los hijos de Dios hagamos el camino de una vida más fraterna Iglesia que no se deja seducir por los halagos, ni paralizar por las críticas, vengan de donde venga“.
Lee la homilía completa, a continuación.
Homilía de monseñor Araya en la Misa de cierre de la Semana Brocheriana 2022
Villa Cura Brochero, 26 de enero de 2022
Hace 100 años se inauguró el monumento en homenaje al Cura Brochero que observamos en esta plaza de pueblo. El cura señalando con el dedo la casa de ejercicios. Brochero indicando con su vida que es preciso entrar en el evangelio, porque los ejercicios espirituales de san Ignacio son fundamentalmente grandes contemplaciones de la vida de Jesucristo.
¿Hacía falta un camino? Brochero iba. ¿Hacía falta una escuela? Brochero iba. Iba con su mula, golpeando puertas, dando el ejemplo. No buscaba que le devuelvan, no buscaba escalar en el poder, no buscaba dinero para él, no andaba persiguiendo fama. Buscaba el bien de su pueblo ¿Y quién le iba a negar ayuda?
Iba con el Evangelio, encarnando el evangelio en la cultura criolla serrana de una periferia de Córdoba, olvidada e incomunicada. Decía en una oportunidad: “A los departamentos del oeste les pasa lo mismo que a los perros en la carneada. Todos se llevan las mejores partes y a los perros les tiran las tripas con todo lo que llevan adentro”.
Va con el evangelio, lo lee, hace silencio y lo medita y habla del Evangelio. Se deja iluminar con el Evangelio e ilumina la vida de otros.
Va con el Evangelio, simbolizado en la crucifijo que lleva al pecho y que toma en mano y lo muestra en los momentos más desafiantes del camino.
En tiempos argentinos de plena vigencia del proyecto del liberalismo de la generación del 80, el cura va a lo esencial, al Evangelio. Y pone en segundo lugar tanta otra cosa.
El evangelio es Jesús que salva, que perdona, que alienta, que da vida, que llama, que invita, que envía, que se acerca, que abraza, que señala el camino, que va en busca de todos y sobre todo del más pecador, del más pobre y del más sufrido.
Y el Evangelio lo libra de andar buscando que halaguen su vanidad, que lo aplaudan y lo condicionen.
Y el Evangelio lo libra de los miedos que vienen de fuera y que vienen de dentro, y lo hace capaz de encontrar nuevo coraje en cada gran dificultad.
Libre de halagos y libre de temores Brochero va.
Se mostró tantas veces fuerte, confiado en la Providencia de Dios, en la Virgen y en San José.
Se percibía en la vida como un soldado en medio del combate. Sabía discernir y seguir la bandera de Cristo y apartarse de la bandera del diablo, según expresión de San Ignacio de Loyola.
Por eso, cuando logra poner la piedra fundamental de la casa de ejercicios (“un verdadero semillero de conversiones” según el “sensus fidei” serrano), el cura dirá: “te fregaste, diablo”; y piensa… esta casa es como una gran piedra tirada sobre el lomo del diablo, que bufa “como un macho o mula que está viendo el león”.
Venció en el combate porque no se dejó seducir por los halagos, ni atemorizar por las dificultades.
Afirma un testigo cercano: “jamás se oyó que todas estas conversiones las realizara el Siervo de Dios buscando gloria humana u otro fin de halagar su vanidad, sólo le interesaba la mayor gloria de Dios, como solía repetir con frecuencia”.
Otro testigo afirma: “no tenía miedo a nada; era sólido en el obrar; toda su vida estaba contento y siempre optimista a pesar de las dificultades que se le presentaban”.
En 1893 no consiguió movilizar a la gente para construir una capilla en Ámbul. La comisión que resultó, según él escribe a un carpintero, es de “tres jodidos, ignorantes y sin influjo” como ellos mismos se han definido ante el Cura. Y Brochero interpreta la dificultad como una oportunidad: “para que se vea que no es obra mía, ni de los tres que forman la comisión, sino que es obra de Dios, pedida por la Santísima Virgen”.
Para que se vea que así Dios edificó desde el comienzo a su Iglesia, con pobres instrumentos, sin grandes capacidades, pero decididos a poner el empeño.
Se muestra audaz cuando cruza el río crecido con una habilidad gaucha digna de admiración: se quitaba la sotana, envolvía con ella la cabeza del animal… acomodaba el bolsito con el santísimo sobre la mula, con una mano se tomaba de la cola y flotaba… Cuando regresa dice ante los paisanos que se asombran, era mi deber: “había concertado con la viejita Francisca que iría hoy a llevarle la comunión y no quise privarla de ese consuelo”.
Pidamos hoy llegar a ser Iglesia libre de los halagos y los miedos. Que no seamos Iglesia vanidosa, ni temerosa; que con la libertad de los hijos de Dios hagamos el camino de una vida más fraterna.
Iglesia que no se deja seducir por los halagos, ni paralizar por las críticas, vengan de donde vengan.
Y cuando decimos Iglesia nos referimos a nosotros sacerdotes y obispos y también a todos los bautizados, a cualquier consagrado. Bautizados libres del halago y libres de temores; y cuando decimos bautizados nos referimos a un papá y una mamá, un joven y un adulto del campo y la ciudad.
Pensamos en un docente, en un artista, en un periodista, en un trabajador, en un político, en cualquiera y en todos los bautizados.
Iglesia que libre de los aplausos y los “me gusta” rece y trabaje por una sociedad fraterna, recibiendo las diferencias con la alegría de ser hermanos, con el gusto espiritual de ser pueblo.
† Ricardo Araya
Obispo de la diócesis de Cruz de Eje