Nuestro Obispo monseñor Ricardo Araya presidió la Santa Misa en la que el seminarista Pablo Lasala fue admitido como candidato a las sagradas Órdenes. La celebración fue en la Parroquia San Antonio de Padua de Capilla del Monte.
La admisión a las sagradas Órdenes es un paso importante en la formación de los candidatos al sacerdocio ministerial. Mediante este rito, el seminarista manifiesta públicamente que, después de haber obtenido el parecer favorable de los sacerdotes que lo acompañan en la formación, ha decidido presentarle al Obispo su pedido de ser admitido al orden sagrado y el compromiso de seguir formándose para configurar su corazón con el de Jesús Buen Pastor y servir fielmente al Pueblo de Dios.
En la homilía, monseñor Araya, comenzó diciendo: “Jesús dice que lo más importante es amar a Dios, al prójimo y a uno mismo. Amar y ser amado es lo más importante en la vida. Hay dos sacramentos que nos ayudan a vivir la vocación al amor: el matrimonio y el orden sagrado. Estos sacramentos son dos canales por los que Dios hace llegar su amor al mundo. El amor conyugal y la caridad pastoral. Los dos caminos necesitan preparación; para pasar progresivamente del enamoramiento al amor. Aunque el amor siempre tenga algo de enamoramiento“.
La familia de Pablo viajó especialmente a Capilla del Monte para acompañarlo en este paso: sus padres, hermanos, sobrinas y cuñados. Desde Rio Cuarto vinieron los sacerdotes formadores y los seminaristas de la etapa configuradora del Seminario Jesús Buen Pastor, donde se forman los seminaristas de la Diócesis, que pasaban unos días de convivencia en la Casa El Vado, de San Esteban. Además de amigos, sacerdotes de la Diócesis, Diáconos permanentes y miembros de esa comunidad parroquial donde Pablo está haciendo su experiencia pastoral los fines de semana.
El Obispo explicó lo que significa este paso diciendo: “La iglesia con sabía pedagogía invita a cada seminarista, después de varios años en el seminario, a expresar su compromiso público de poner todos los medios para responder a Dios que llama. Desde ahora este seminarista, este hombre será una persona que vive su vocación públicamente, un hombre para Dios y para los demás, un signo de la presencia de Dios que viene al mundo. No vive su vocación en lo secreto, sino en la calle, en medio de la gente. Y a partir de la admisión como candidato al sacerdocio comienza un trabajo formativo, de varios años, en el cual Dios llama al discípulo de Jesús a configurar la vida con Cristo Pastor y Siervo“.
Monseñor Ricardo, haciendo referencia al carácter público de este paso decía: “Quien se admite, se compromete a manifestar públicamente su vocación. Una vocación que no se esconde en lo secreto, en un rincón de la sacristía, sino que vive su vocación en la calle, en medio de la gente, en relación con las situaciones más diversas. No se avergüenza de eso. No tiene un ‘falso pudor’. Su vida es de ahora en adelante, una publica manifestación de que Dios lo ha llamado al ministerio sacerdotal. los sacerdotes debemos asumir que nuestra vida adquiere una dimensión pública para siempre. Que al vernos la gente pueda decir ‘nos pastorea uno que sirve’. ‘Dios nos ha regalado un servidor’ ha de decir el pueblo de Dios a lo largo y a lo ancho de la Diócesis de Cruz del Eje. Alguien que por la predicación del Evangelio, por la celebración de los sacramentos y por su capacidad de acompañar y guiar vive la caridad pastoral. Un camino de configuración con los sentimientos de Cristo Sacerdote. No sólo obrar como Cristo, sino de obrar al modo de Jesús, con los sentimientos de Jesús.“
El Obispo aconsejó a Pablo seguir los ejemplos de San Pablo: “Poli: se te invita a crecer sin apetecer grandezas, sino más bien atraído por lo humilde. Alegrándote con los que se alegran y llorando con los que lloran; teniendo un mismo sentir. A dar fruto abundante, para que sea glorificado el Padre que está en el Cielo. Como Cristo, que no hizo alarde de su categoría de Dios, por el contrario se abajo de tal modo que pasó por uno de tantos. Actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta la muerte de Cruz. Por eso el Padre lo levantó sobre todo y nosotros nos arrodillamos ante él porque es El Señor que nos salva.“