El martes 26 de marzo se celebró la Misa Crismal en la Parroquia Nuestra Señora del Valle de la Ciudad de Cruz del Eje. La presidió nuestro obispo diocesano Monseñor Ricardo Araya y concelebraron todos los sacerdotes que desempeñan su ministerio en esta Iglesia Diocesana.
La Misa Crismal es una celebración de gran importancia en una Diócesis. En ella el obispo bendice el óleo de los catecúmenos, que se utiliza para ungir a los que se van a bautizar, y el óleo de los enfermos, con el que se administra el sacramento de la Unción de los enfermos. También se consagra el Santo Crisma, que es un aceite mezclado con perfumes destinado a ungir a los recién bautizados, a los confirmados, a los sacerdotes en su ordenación y a los altares en su dedicación. De este aceite deriva el nombre de la Misa, y en su consagración participan todos los sacerdotes presentes, invocando la efusión del Espíritu Santo luego de que el Obispo sople sobre el ánfora significando esa unción. Ya que la Misa se celebra días previos al Jueves Santo, día de la Institución del sacerdocio ministerial, los presbíteros renuevan ante el Pueblo de Dios las promesas hechas el día de su ordenación.
Este años, en el marco del Año Jubilar por el 60 años de la erección de nuestra Diócesis, se celebró en la Parroquia Nuestra Señora del Valle de la Ciudad de Cruz del Eje, cuyo templo parroquial fue Catedral desde la fundación de la Diócesis hasta el año 2010. La celebración se llevó a cabo en un marco de profunda alegría, por la visita de tantos sacerdotes. Cada uno de ellos hacen presentes a las comunidades a las que sirven, sus parroquias, capillas, grutas, colegios y movimientos. Participaron 33 presbíteros, solo estaba ausente uno de ellos por razones de avanzada edad, y el obispo emérito de Alto Valle Mons. Marcelo Cuenca . Es un gran gesto de comunión diocesana. El Obispo con sus presbíteros, y en ellos, con todo el Pueblo de Dios disperso por la variada geografía de nuestra Iglesia Particular.
El Obispo habló en la homilía sobre la belleza de esta celebración en la que se consagra el santo Crisma, recordando que todos somos ungidos en el bautismo y en la confirmación. Somos un Pueblo ungido por el Espíritu de Dios. Hablándoles a los sacerdotes les dijo: “Con los ojos fijos en Jesús, desde la reforma del Concilio Vaticano II, hoy los sacerdotes con su Obispo renuevan las promesas que hicieron el día de la unción sacerdotal. Hemos de volver una y otra vez al Concilio. Los sacerdotes aquí presente nos hemos criado en diferentes lugares, en diferentes familias y en diferentes seminarios o casas de formación. Uno podría pensar que esto es algo que atenta contra la unidad en el trabajo pastoral, pero también podemos pensar que cada uno puede aportar la riqueza que ha recibido. Que maravilla si podemos compaginar orgánicamente la hermosura que cada uno tare de su lugar de crianza. Provenientes de aquí y de diferentes geografías y costumbres, Dios por el sacramento del orden sagrado, nos ha enviado a esta Iglesia particular que está cumpliendo 60 años. Lo que nos ha de unir es el Pueblo al que debemos servir. Todas nuestras diferencias tienen que estar al servicio de un anuncio del Evangelio a un Pueblo concreto, que vive en un tiempo concreto. No solo somos diferentes nosotros, también lo es la gente que vive a lo largo y lo ancho de la Diócesis. Es la gente la que nos puede ayudar a consolidar una unidad indestructible si nosotros somos capaces de reconocer que somos un cuerpo variado pero unido en la misión”.
Luego invitó a hacer una composición de lugar: “Imaginemos que subimos al Uritorco, o que desde la Pampa de Achala vamos subiendo al Champaquí, y a medida que se levanta el sol contemplamos las sierras que bajan y suben, el monte con toda la vida que guarda y protege, los senderos y la pampa que nos avisan que hay gente y trabajo. Comenzamos a ver las casas y los campanarios de nuestras capillas. Y ríos, arroyos y diques. Escuchamos cantos, voces, y el viento y el silencio que también habla. Y bajamos de la sierra y encontramos que la gente se hace paisaje y fiesta con vecinos, los de siempre, los que recién llegan y los que están de paso. Tenemos tanto para estar agradecidos, para alabar a Dios y para alegrarnos como pueblo, en medio de las dificultades, sin perder el canto y el buen humor. Tenemos tanto para ser felices como lo son los pueblos sencillos y humildes. Este pueblo al que servimos como sacerdotes nos ha de unir siempre: la búsqueda de la felicidad de nuestra gente. Eso es compartir la alegría del Evangelio, buscar que esta Diócesis sea feliz. Si no nos mantenemos unidos la gente no podrá entender lo que decimos, no podrán acompañarnos. Juntos en las buenas y en las malas.”
“En estos tiempos difíciles de nuestra Argentina sigamos unidos en fraternidad sacramental, para que nuestro mundo crea. Descubramos la importancia de nuestra unción en este momento y los nuevos modos de ejercer el ministerio. Unidos con creatividad y compromiso, con nuevos lenguajes y nuevas presencia; para que los pobres, los ciegos, y los oprimidos de hoy sientan que Dios no abandona, que siempre acompaña”. Finalizó el Obispo.