Despedimos al padre Arturo Porcel de Peralta, un apasionado del Concilio Vaticano II

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El 21 de diciembre falleció el padre Arturo Porcel de Peralta a los 92 años de edad. Los fieles los despidieron en la Misa exequial presidida por monseñor Araya en la Parroquia Nuestra Señora del Valle de Cruz del Eje.

Su nombre completo era Arturo José Benito Porcel de Peralta. Nació el 4 de mayo de 1931 en Colonia La Tordilla, un pequeño pueblo ubicado al este de la provincia de Córdoba, en el departamento San Justo, vinculado principalmente con la actividad agrícola-ganadera. Entró al Seminario Menor de Córdoba a los 13 años y se ordenó sacerdote a los 26 años, el 8 de diciembre de 1957 en la Iglesia del Monasterio Santa Catalina de Siena de las monjas dominicas de la Ciudad de Córdoba. La celebración fue presidida por el Obispo auxiliar de Córdoba, monseñor Ramón Castellano. Durante sus 65 años de ministerio sacerdotal fue párroco en Cruz del Eje, Villa de Soto y Villa Dolores, también estuvo en otras Diócesis. En estos últimos años su salud había desmejorado debido a su avanzada edad. Desde hace unos meses se encontraba en el Hogar San Camilo de la localidad de Molinari, Córdoba. Sus restos fueron sepultados en el cementerio San José de la ciudad de Cruz del Eje.

Cuando cumplió 90 años el padre Arturo nos compartía una reflexión sobre la esperanza que tenemos los cristianos de la Vida eterna: “Una sola palabra voy a decir: ‘Maranatha’, ¡ven Señor!, de aquí al infinito. El misterio que se va a revelar cuando mis ojos se cierren a la vida terrenal. Creo firmemente aquello del Credo: ‘al tercer día resucitó’. Los que creemos esto tenemos la promesa de que también vamos a resucitar con él para ser eternamente felices con él”.

Monseñor Ricardo presidió la misa de exequias, dijo en la homilía: “Despedimos a alguien que ha entregado su vida por el bien del Pueblo de Dios. Despedimos al, que de alguna manera, era el último cura fundador de la Diócesis de Cruz del Eje, porque él ya era sacerdote cuando se creaba en 1963. Despedimos a un incansable buscador de nuevas perspectivas filosóficas, teológicas y pastorales. Esas mismas búsquedas que, según él decía, lo hacían un rebelde.”

El obispo hizo alusión a la pasión del padre Arturo por el último concilio ecuménico (1962-1965): “Fue un hombre fascinado por el Concilio Vaticano II. Que siempre que recordemos sus palabras y gestos, nos traiga a la memoria su pasión por este acontecimiento que marco la vida de la Iglesia y que caló hondo en su corazón de pastor, entusiasmándolo a trabajar por el Reino de Dios. Entendía que el accionar de Dios esta mas allá de la visibilidad de la institucionalidad de la Iglesia Católica. Dios obrando, actuando y transformando mucho más de lo visible de una institución. Que la memoria de este sacerdote, sus preguntas, sus afirmaciones y sus búsquedas nos muevan según el impulso del Concilio. Que su vida y su ministerio nos hagan gustar cada vez mas del espíritu conciliar. Comprender la grandeza del bautismo que nos hizo en la Iglesia a todos corresponsables de la misión que Cristo ha dejado. El bautismo que todos hemos recibido y nos ha hecho iguales. Todos somos hermanos, todos tenemos la misma dignidad. El bautismo es más importante que el orden sagrado, ese el impulso del Concilio que a este hombre lo había marcado a fuego”.

“Arturo era un sacerdote que se preocupaba por el ministerio de los sacerdotes jóvenes. Le gustaba encontrar en el obispo a un padre. Le gustaba querer a la gente y sentirse querido por la gente. Le gustaba hablar bien de sus maestros, tanto en el saber académico como en la practica pastoral. Y creo que le gustaba a él sentirse maestro. Querido padre Arturo, que te reciba Jesús maestro con sus brazos abiertos”, finalizó el obispo.

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