90 años del padre Arturo Porcel de Peralta

Share on facebook
Share on whatsapp
Share on email
WhatsApp-Image-2021-05-03-at-17.09.14

Que hoy ame el que siempre amó, y los que nunca amaron que hoy amen”: es el único consejo que se atreve dar el padre Arturo a sus noventa años de edad. Fuimos a visitarlo a la Parroquia Nuestra Señora del Valle de la ciudad de Cruz del Eje donde vive desde hace unos años colaborando principalmente en el ministerio de la reconciliación. Fue testigo de la creación de nuestra Diócesis de Cruz del Eje. Fue párroco en Cruz del Eje, Villa de Soto y Villa Dolores, también estuvo en otras Diócesis. Nos contó sobre su vida y sus 63 años de ministerio sacerdotal.

Su nombre completo es Arturo José Benito Porcel de Peralta. Nació el 4 de mayo de 1931 en Colonia La Tordilla, un pequeño pueblo ubicado al este de la provincia de Córdoba, en el departamento San Justo, vinculado principalmente con la actividad agrícola-ganadera. Entró al Seminario Menor de Córdoba a los 13 años y se ordenó sacerdote a los 26 años en la Ciudad de Córdoba. Es hincha de Boca y apasionado lector de obras de filósofos contemporáneos con el afán de conectarlas con las corrientes teológicas latinoamericanas. Para celebrar su cumpleaños número 90 ha elegido el siguiente lema: “Creamos lo que leemos, prediquemos lo que creemos, vivamos lo que predicamos”.  

Vocación y Seminario

La infancia del padre Arturo fue en el campo de sus abuelos. Tenía cinco hermanos; dos mujeres y tres varones. Al preguntarle sobre el origen de su vocación nos cuenta una divertida anécdota: “Un día llegó a mi casa un automóvil. Al detenerse se bajó un hombre de sotana. Mi madre me dijo que era mi tío, su hermano sacerdote. Él se acercó a mí y me preguntó mi nombre. Le dije: ‘Arturo’. Luego se metió la mano en sus grandes bolsillos, sacó un paquete de caramelos y me lo regaló. Después se fue y yo me quedé pensando en eso de mi tío, el auto y los caramelos, y me dije: ‘tengo que ser sacerdote como mi tío para tener  auto y caramelos’”.

El padre Arturo entró al Seminario Menor de Córdoba “Nuestra Señora del Rosario del Milagro” en Los Molinos el mismo año en que fue inaugurado por el Arzobispo Monseñor Fermín Lafite. Fue el 4 de marzo de 1945, y tiene el recuerdo muy vivo de aquella ocasión: “cuando llegué me recibió un seminarista de apellido Amustachegui, que después dejó. Ese mismo día a la tarde jugamos al futbol. Entre los que estábamos en la cancha, había uno que estaba de réferi  que en ese momento no lo conocía y después me dijeron q se llamaba Enrique Angelelli”.

“Para mí es un milagro que haya tenido como maestros a los padres Juan Carlos Aramburu, Cándido Rubiolo, Alfredo Disandro, y otros que temo olvidar. Recuerdo a un guía espiritual muy sabio, el padre Guillermo Mariani, que lo quisieron suspender pero reclamamos para qué no, y el Arzobispo lo dejó seguir enseñando” recuerda el padre Porcel.

Ordenación sacerdotal y primeras experiencias del ministerio

Fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1957 en la Iglesia del Monasterio Santa Catalina de Siena  de las monjas dominicas de la Ciudad de Córdoba. La celebración fue presidida por el Obispo auxiliar de Córdoba, pocos meses después promovido a Arzobispo de esa sede, Monseñor Ramón Castellano, dado que el Arzobispo Lafite había sido trasladado a Buenos Aires. El padre recuerda de ese día: “Éramos doce sacerdotes los que nos ordenábamos juntos. Diez cordobeses y dos mendocinos. Entre ellos los padres Carlos Ponce de León, René Jara y Manuel Pereyra. Creo que fue la última generación numerosa”.

“Mi primera parroquia fue en San Francisco del Chañar. La quise mucho. Después me trasladaron a la Parroquia Nuestra Señora del Valle de Cruz del Eje, que en ese entonces era la Iglesia Catedral. Cuando me trasladaron me hicieron una despedida muy sentida. Me costaba irme, en esa celebración la gente lloró mucho y yo también. En esa ocasión estaba presente el Obispo Monseñor Enrique Pechuán Marín, que en un momento se levanto y dijo “esto es una despedida, no un velorio, así que guarden el llanto”. De ahí que no acepté nunca más despedirme de la gente. En las despedidas uno llora porque las lágrimas expresan lo más profundo del corazón de los creyentes y de los no creyentes. El llanto es una de las variables del amor profundo”, expresó el padre Arturo.  

Interesado por cultivar la dimensión intelectual y ahondar en el pensamiento filosófico, el padre Arturo tuvo la posibilidad de irse a estudiar a Europa. Nos relata algo de su experiencia: “Cuando volví  de estudiar fui a saludar al Obispo para preguntarle que pretendía de mí con lo que había aprendido allá, y ahí me dijo una frase que no me honra pero es mi historia: ‘Porcel te fuiste rebelde y has vuelto peor’”. Monseñor Pechuán Marín le permitió ejercer la docencia, recuerda: “para ocupar la cátedra de historia de la cultura me recomendó el padre Luis Donato, que estaba en el consejo. Acepté y cometí un error. Era demasiado joven, tenía 33 años, me quedaba grande. Tuve dificultades. Me tildaron de tercermundista pero nunca lo fui. Me afilie desde mi cátedra al movimiento de teólogos de la liberación y tengo todos los autores. Tuve que haber dicho espéreme diez años”.

Modelos de vida

“Considero que el sacerdote se inicia bajo el ministerio de otro que lo dirige, y aprende a dirigir a través de la praxis pastoral que ve en el sacerdote mayor. Cosa que no hay que olvidar, porque resuelve muchos problemas; por un lado del sacerdote anciano que queda a veces solo, y por otro, del sacerdote joven que a  veces no tiene un guía”, sostiene el padre.

Al finalizar sus estudios en filosofía en 1970 elaboró su tesis a partir de la obra “El ser y el tiempo” de Martin Heidegger.  Confiesa que el pensamiento de este filósofo alemán lo guía desde ese momento. En teología ha profundizado en Olegario González de Cardedal, que fue profesor suyo en Madrid y a quién califica como un “gran teólogo y pastor”.

“En mi vida conocí a grandes maestros de pastoral como Monseñor Enrique Angelelli  y Monseñor Vicente Zazpe. Sueño con que avance el estudio sobre Zazpe, a quien admiro, no solo en la grandeza de su pensamiento y obra pastoral, sino en la grandeza de sus virtudes y santidad” resaltó el padre Arturo.

El padre Arturo nos comenta que a los jóvenes que siente el llamado a la vocación sacerdotal y le piden una palabra, simplemente les dice que no tengan miedo y que no confundan “trabajar para el Reino” con “trabajar para un institución”, la Iglesia es Madre. El padre sostiene que su afán de trabajar por el Reino lo alentó el Concilio, reflexiona: “El fenómeno misterioso del Concilio Vaticano II con el Papa Juan XXIII, creó en mí un sentido de rebeldía y compromiso con el cambio. Como dice Karl Rahner: ‘El Concilio es un nuevo comienzo’”.

Un deseo en estos 90 años

Le preguntamos qué conclusión haría de estos 90 de vida y 63 de sacerdote y nos contestó: “una sola palabra voy a decir: ‘Maranatha’, ¡ven Señor!, de aquí al infinito. El misterio que se va a revelar cuando mis ojos se cierren a la vida terrenal. Creo firmemente aquello del Credo: ‘al tercer día resucitó’. Los que creemos esto tenemos la promesa de que también vamos a resucitar con él para ser eternamente felices con él”.

Agradecemos la colaboración del padre Maximiliano Martínez para esta nota.

Share on facebook
Facebook
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email

Últimas noticias